miércoles, 23 de enero de 2008

EL ACTOR PORNO





























POR MARCELO SIMONETTI
ILUSTRACIÓN: FRANCISCO J. OLEA
S
e parecía a Al Pacino, pero eso no importaba. Había en su voz resabios del gran Sinatra, pero eso tampoco era trascendente. Que hablara alemán y arameo era apenas una anécdota en la vida de G. Aquello que lo redimía, que hacía de su existencia una leyenda, eran los 39 centímetros de talento que irrumpían entre sus piernas. Saltar de la cama al cine nunca pasó por su cabeza. Se contentaba con enredar en las sábanas a quien se le pusiera por delante y liberar ahí su creatividad. En medio de sudores y embistes, G. maniobraba con singular destreza para hacer la carretilla, el elefante volador, el azote chino, la vergüenza de Moisés y otras posiciones. Fue sorprendido en flagrante adulterio por un productor audiovisual, quien lejos de acriminarse con G. vio en tal acto la posibilidad de un triunfo.. "Muchacho, tienes una mina de oro ahí abajo", le dijo, y al cabo de unas semanas G. era el protagonista de "Acabando", "Cómeme Papito" y sus dos secuelas: "Papito cómeme de nuevo" y "Papito, no tenemos qué comer". La fama, por incipiente que sea, suele ser traicionera e impredecible. Embriagado de ella, G. fue atacado por una turba de calcetineras que arrasó con su chaqueta, con su camisa, con sus pantalones. Ellas se quedaron con jirones de su negra cabellera y hubo quien quiso hacer suya la mayor virtud de G. El médico de turno diagnosticó un desgarro que prolongó su valía hasta los 42 centímetros, pero en posición de descanso. Nada volvió a ser lo mismo. Su don no volvió a despertar. Hoy, las cintas de G. circulan como material de culto, mientras él exhibe en un circo, como si fuera una pieza de museo, lo que pudo ser el talento más grande del cine porno mundial.